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¡Quién dice que la capital del amor es Paris!, esos no han estado en Sevilla. La ciudad más romántica de España atesora rincones que recuerdan además de históricas hazañas, grandes pasiones y amores, mezcla de leyenda y realidad como las grandes historias de amor. |
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Al-Mutamid e Itimad
El barrio de Santa Cruz guarda multitud de leyendas y también algunas grandes historias de amor como la que inmortaliza la placa de azulejo en una de sus placitas y que reza así:
“Itimad
Esclava y reina
Almotamid, el últimos rey árabe
De Sevilla, se enamoró de
Itimad siendo esclava.
Su hermosura, una poesía,
Y el amor del rey la hicieron
Reina de Sevilla.
El Reino de Sevilla fue uno de los reinos taifas más importantes de la España musulmana del siglo XI, del que fue rey Al-Mutamid, que vivió alrededor de una corte de literatos y poetas.
Este rey se destacó por sus dotes como poeta. Cuenta la leyenda que un día paseando con su amigo y antiguo tutor Abenamar junto al Guadalquivir al atardecer, el rey se sintió inspirado por la bella imagen del sol reflejándose en el río, y lanzó un verso, desafiando a su amigo a terminarlo. Pero no fue él quien lo termino, sino una bella joven, que la descubrieron al girarse sorprendidos los dos. Esta joven era una bella esclava cristiana de nombre Romaiquía, que pasaba por allí. Al-Mutamid decide llevársela a palacio y poco después y ante el asombro de la Corte, decide casarse con ella, adoptando el nombre de Itimad.
A pesar de su humilde origen, Itimad se integra fácilmente en la Corte sevillana, y se llega a hacer una gran poetisa.
En cierta ocasión, el rey vio a su mujer triste y apesadumbrada y al preguntarle el rey que le pasaba, ella respondió que nunca había conocido un paisaje nevado y que ese era su anhelo. Al-Mutamid se quedó pensando, pues no había en el reino de Sevilla tal posibilidad. Pasa un tiempo, y una mañana Itimad despierta contemplando desde su ventana un paisaje blanco. Eran más de un millón de almendros en flor que Al-Mutamid mandó plantar desde la vega de Málaga a Córdoba.
Y este amor duró hasta el final. Ya cuando el rey fue desterrado, Itimad permaneció a su lado siempre.
Pedro I y María de Padilla
El rey de Pedro I apodado “el Cruel” conoció a María de Padilla en el verano de 1352 cuando iba de expedición a Asturias. A partir de este momento, María se convirtió en su amante y fue su permanente amor, por encima del matrimonio del monarca. Fue tal su pasión que a los tres días de casarse con Doña Blanca de Borbón, en 1353, el monarca la abandonó para irse con su favorita. Blanca murió pronto y Pedro volvió a casarse, esta vez con Juana de Castro. Entre tanto, María de Padilla siguió siendo su amante. Tuvo con ésta cuatro hijos, un varón y tres mujeres. Estuvo a su lado hasta su muerte, en 1361, para ser recordada aún joven y bella.
Cuentan que el rey la lloró mucho. Según la creencia popular, María de Padilla fue su amor más verdadero y más duradero. De hecho para reivindicar su memoria hizo que las Cortes legitimaran su “matrimonio por palabras”; tal como lo calificó el arzobispo de Toledo y éste declaró nulo sus dos matrimonios anteriores, proclamando reina y legitimando su descendencia.
Los Baños de María de Padilla en los Reales Alcázares que el rey Don Pedro mandó edificar para deleite de su favorita, es testimonio de este amor que vivió sus mejores años en el Alcázar, un rincón mágico que guarda la memoria de esta romántica historia de amor.
Alfonso XII y María de las Mercedes de Orleans
En 1850 los Duques infantes de Montpensier, don Antonio de Orleans y doña María Luisa de Borbón llegaron a Sevilla. Instalaron su residencia en el actual Palacio de San Telmo y antigua escuela de Náutica.
El edificio se restauró y cercano a la puerta de entrada que da hoy a la glorieta de los Marineros Voluntarios, se construyó un pabellón que servía para el Cuerpo de Guardia del Palacio en épocas en las que la reina Isabel II, hermana de la duquesa venía a visitar a su hermana. Este pabellón es hoy llamado “el Costurero de la Reina”.
Los duques de Montpensier tuvieron a un hijo, Felipe, que murió a corta edad, y una hija Merceditas, de salud débil. La niña jugaba en los jardines del palacio y cuando se hizo mayor, cosía. Dicen que posteriormente se cosió gran parte de su ajuar como cualquier mocita casadera de su época.
Por razones del azar, se truncaron las aspiraciones políticas de don Antonio de Orleans y sus aspiraciones para ser rey, tras el reinado de su cuñada Isabel II.
Este fue el motivo por el que tras la abdicación de Amadeo de Saboya, intentó restaurar la dinastía de los Borbones, poniendo al trono al rey Alfonso XII y posteriormente casar a la hija de éste, Merceditas, con Alfonso XII.
El rey vino a Sevilla por primera vez en primavera y el perfumen de los naranjos en flor, el rumor del río, las procesiones de Semana Santa, el olor a incienso y azucena, hizo el resto y consiguió sin mucho esfuerzo que este monarca se enamorase de su prima hasta los tuétanos y decidiera casarse con ella.
Alfonso XII vivía en el Alcázar durante sus estancias en Sevilla, residencia real,. En sus excursiones a caballo, se acercaba al pabellón donde Merceditas cosiendo lo recibía.
Tras su casamiento, se trasladaron a Madrid y la salud de Merceditas empezó a empeorar notablemente. Los médicos alarmados, aconsejaron a Alfonso XII que se trasladaran al sur de Andalucía buscando el sol y a ver si así mejoraba la salud débil de Merceditas. Por desgracia no fue así, y Alfonso XII al ver que no mejora, lleva a su esposa a Sanlúcar de Barrameda. Tampoco mejoró aquí, y vuelven a Madrid y fallece.
El último lugar que Merceditas quiso ver de paso a Madrid, fue su casita de guardabosques, el rincón donde desde niña, se había sentido más dueña de su intimidad, donde había amado y soñado; el Costurero de la Reina.
La trágica historia de amor que inspiró el famoso romance de la Reina Mercedes, compuesto por Quintero, León y Quiroga y cantada por muchos intérpretes del género, como Concha Piquer o Marifé de Triana, entre otras.