Sevilla tiene un calor especial

La macroeconomía igual no se ve, pero la microeconomía, toda la del mundo. La pasión por el detalle. El minimalismo hasta en la megafonía del bar de la caseta del Mercantil. «Pechuga de pollo sin nada. Repito: sin nada». El pollo nihilista. No será la Feria un modelo para Keynes, pero qué Inés se resiste al canto del cisne del último don Juan. Sus estertores son los niñatos con macetas de rebujito por la calle Asunción, una botellona cursi y consentida. Juan Fernández Rodríguez García del Busto no fue sólo el alcalde que llevó la Feria del Prado a Los Remedios. Salvó de la piqueta el puente de Triana. Entro en la Feria con Manuel Ruiz-Garrido, autor de un documental sobre los prodigios de la ingeniería para salvar un puente sobre el que pesaba la orden de demolición. La Feria salvó a la Velá. Blas Ballesteros fue el último delegado de Transportes del siglo XX, el primero de la era Monteseirín. En la Feria se siente como pez en el agua y ayer hacía de anfitrión de un grupo de empresarios. Hoy dedicará el día a sus tareas consulares con la República de Brasil, cuyo rey inédito le dio a su biógrafo el premio Planeta. Frente a la portada está, por fin abierto al paseo público, el muelle de Nueva York. Sin pisar ni un día el real, este miércoles de Feria vuela hacia Nueva York Pedro Tabernero. El viernes de Feria, el 19 a las 19:00, se presenta en el instituto Cervantes el libro Fervor de Buenos Aires, homenaje a Jorge Luis Borges, uno de los autores preferidos del papa Francisco al que Rajoy ha entregado en el Vaticano una camiseta de la selección con el nombre del futbolista de Osuna que marcó a Platini en la final de la Eurocopa de 1984, la segunda Feria de Manuel del Valle Arévalo. El protagonista del Lunes de Feria ha sido el calor. ¿Quién pillara un Lunes santo así? «Parece que Dios ha oído a los sevillanos». Lo dice Antonio Rodrigo Torrijos caminando por el carril-bici de la Feria, muy cerca de la calle Romero. Antes se pasó por la caseta de la Prensa, donde aparte de los galardones del gremio había un podio interesante: la medalla de oro de Marina Alabáu en los Juegos Olímpicos de Londres, que tiene Big Ben, pero no tiene caseta del Acoplador; los dos Goyas de Alberto Rodríguez con Grupo Siete o la etapa de los lagos de Covadonga que el 2 de septiembre ganó Antonio Piedra en la Vuelta Ciclista a España, sobrino de José Luis Piedra, que departía en esta rebujina de políticos, periodistas y otros. Entre éstos, Esperanza Cruz Villalón, la séptima y último de los siete hermanos Cruz Villalón. Estirpe que inician dos hermanos que pertenecen a lo que Esperanza llama «los silenciosos de Sevilla», que no hay que confundir con hermanos del Silencio. Se refiere a Pedro y Antonio Ramón Cruz Villalón. El primero presidió el Tribunal Constitucional; el segundo es coautor con Antonio Ortiz de la estación de Santa Justa y compartió con éste los elogios de la reina Beatriz de Holanda por la reforma del Rijmuseum de Ámsterdam. Los arquitectos sevillanos no se han hecho del Ajax. El Monchi que hizo el estadio de la Peineta es del equipo de Monchi, cuyo presidente, José María del Nido, disfrutaba en un reservado de la caseta del Mercantil. Cada rótulo de caseta encierra una historia. Una de las más singulares es la de la caseta No sé si quizá. «Es una frase muy típica de Chipiona», dice Juan José González, socio de esta caseta que fundaron amigos que venareaban en Rota y en Chipiona. El sector chipionero se impuso en esta heráldica ferial. El bar de la caseta lo llevan Juan José y Luis Miguel, hijos de González, que simultanean este trabajo con las riendas del restaurante El Empotraíllo, en Salteras. En la cocina, un electricista en paro y reconvertido en «guisandero», Ramón Mateo. La Feria es un crucigrama de verticales y horizontales. Una línea de coordenadas con abcisas y ordenadas. Perderse y encontrarse son aquí verbos sinónimos. La vida es el resultado de encuentros fortuitos y en ese sentido la Feria es una aprendiz de la vida. Dos Alicias, madre e hija, caminan por este país de las maravillas. La madre era concejal y hace cinco años, el 8 de abril de 2008, se convirtió en diputada en el antiguo hospital de las Cinco Llagas. Arquitecta de profesión, ese mismo día le dieron a Jean Nouvel el Pritzker de arquitectura, el Nobel de estos ingenieros de la piedra filosofal. Va a Pascual Márquez, a la caseta del PP. En las casetas de buñuelos está el mejor observador de la Feria. Nunca se ha subido Israel Galván en un perol de buñuelos mientras que la buñolera, con la pinza de coger estas estalactitas de aceite y azúcar, la mueve acompasada como si fueran unas castañuelas. Un colorista cuerpo de danza, últimos mohicanos de la España que cautivó a Caro Baroja. En las antípodas de la calle del infierno. El Pali sigue reinando en las sevillanas a dos meses de los 25 años de su fallecimiento. Un grupo llamado Rancias Maneras ha colgado en la red unas sevillanas en las que critica a «los hombres de Cristóbal», como denominan a los inspectores de Hacienda que se presentan en las casetas con mandato del ministro Montoro, implacable con el Moriles. Los inspectores, dicen los autores de la letra, «van pidiendo los papeles de todo el que está aquí currando; camareros, cocineros y hasta el que está vigilando». Reivindican una «Feria sin IVA». Hoy es festivo en la ciudad, un préstamo de San Fernando. El puente de los sevillanos llega, pues, antes que el puente de los madrileños. Un gentilicio que alude a un Madrid que va de Despeñaperros hasta Port-Bou.

Fuente: Diario de Sevilla