MURILLO, MÁS QUE UN PINTOR

Bartolomé Esteban Murillo, nacido en 1617 ha sido uno de los hitos de la ciudad de Sevilla y su vinculación a la ciudad lo prueba no sólo su carrera artística y los numerosos encargos que pintó para especialmente edificios religiosos sino el testimonio a través de su pintura de la realidad histórica que le tocó vivir.

Murillo el gran “el mago del escapismo”

Sevilla sufre una desolada situación ya entrando en el siglo XVII, pasa de ser una de las ciudades más cosmopolitas, carismáticas y rica de su época casi en toda en Europa, con una población que supera casi los 150.000 habitantes, a caer en una absoluta ruina en pocos años.

Esa ciudad cabeza de la Casa de la Contratación que un comercio potentísimo que como un motor a chorros propulsaba plata y oro para Castilla era igualmente sede de instituciones como la Casa de la Moneda, la Aduanas, la Audiencia,  Consulado de Indias, palaciega y floreciente, sufre uno de los mayores varapalos económico de la histórica al perder el Monopolio del comercio con América y trasladarse la Casa de la Contratación a Cádiz. Para colmo de males, el año 1649 se desencadena una epidemia de peste, en la que la mitad de su población murió. Esta sangría de población supuso un terrible sufrimiento para los sevillanos, así como un sufrimiento para la ciudad en un momento de debilidad, que no era de plata ni de oro sino un enorme contenedor de humo que ya desde el siglo XVI venía oliendo Cervantes.

En este contexto social y económico desolador de Sevilla nace Bartolomé Esteban Murillo. Junto a él, muchos otros artistas recibían peticiones muchas eclesiásticas destinadas a la decoración de enormes muros blancos de instituciones religiosas y de caridad que se fueron creando en la ciudad debido a la enorme situación de crisis y de necesidad de ayuda.

Murillo fue el pintor que en su época mejor conectaría con sus coetáneos y a los problemas terrenales de un pueblo azotado por la peste, la hambruna y los problemas vitales que azotaban a España y más concretamente se acentuaron en Sevilla a mediados del siglo XVII. Murillo además de servir a la Iglesia, hacía terapia cuando pintaba, a través de representaciones amables de escenas religiosas. Esas imágenes mandaban un mensaje de tranquilidad y esperanza y ese mensaje lo enviaban directamente desde el Cielo a un pueblo destrozado por las penurias económicas.

Virgen con el Niño

La Virgen María no es una imagen distante que se separa del observador con su mirada herética y poco sensible y  ausente, es por el contrario una madre que consuela. Es antes madre que Virgen, que en ocasiones sostiene a su bebe como puede ser cualquier niño o el propio observador que se transporta a ese regazo. Los sentimientos que emanan de esa relación entre madre e hijo de cariño, de dulzura, de felicidad, de ternura y de vínculo de amor hasta ahora nunca antes se habían conseguido en la pintura.

 

Igualmente se representan a los santos que con gestos cariñosos ayudan y empatizan con los mendigos y personas que en el cuadro están en una situación de pobreza. En este caso el santo mira al espectador con complicidad y afinidad, y con su mirada nos transmiten mensajes de tranquilidad. Esa mirada es una mirada sabia y que comprende, que comprende a los que sufren y lo que pasan por momentos difíciles. Logramos así sumergirnos en un ambiente apacible de cotidianeidad  y  nos aleja del impacto de la miseria y de lo feo. Es como si estuviéramos viendo a nuestro psicólogo pero esta vez sin coste alguno, al contrario disfrutando de una obra maestra de la pintura.

Santo Tomás de Villanueva repartiendo limosna

Estos personajes son más que personajes religiosos de los que nos habla la Biblia, sino que son personas y nuestros confidentes que nos devuelve de forma inmediata los mensajes de tranquilidad y que nos consuelan nada más con mirarlos.

Este fue el toque sublime de Murillo, crear personajes religiosos cercanos al pueblo identificable, reconocibles por ellos en el mundo real; San Antonio de Padua se puede parecer al chico que reparte la verdura todas las mañanas o el Virgen en la Sagrada familia, es una estampa de mi vecina que cuida de su anciana madre. Todos son reconocibles, personas de carne y hueso con los que convivimos todos los días. Este toque sublime que el artista depura con su técnica se convierte en

San Antonio de Padua

el mejor aliado de la Iglesia que busca una congregación fiel y cristiana. Tanto los fieles como el pueblo en general logran aislarse de esa realidad fea que no gusta y logran escaparse y refugiarse en la realidad dulce, más amable y cercana que presenta el mundo religioso. Este es el toque mágico que Murillo logra con sus cuadros ningún otro artista supera al menos en su época.

Estamos ante una religiosidad salvadora.

Murillo, concienciador social

Niños comiendo uvas y melón

La pintura de lo anecdótico es otra faceta muy importante en la producción artística de Murillo. Aquí vemos al Murillo más humano que reivindica la representación de la realidad que le toca vivir, una realidad áspera. Pero esa realidad no es sólo miseria y penurias, hay igualmente un componente importante de la picaresca y lo anecdótico que seguramente forma parte de la vida cotidiana de Sevilla en donde se está reaprendiendo a sobrevivir.

Esta conciencia social está reflejada en la representación de sus personajes infantiles que están representados la mayoría con realismo, jóvenes mendigos que venden su alma por unas uvas y un melón y se lo pasan en grande o que con desesperación se rascan la cabeza o miran con gracia a su perro.

Muchacho con un perro

Estos son los niños picaros que juegan y se distraen y se ensucian los pies como cualquier otro niño de la calle en esos momentos, por eso se habla que Murillo se inspiró de gente que le rodeaba e incluso se llega a insinuar que algunos de sus modelos son sus hijos.

Lejos de catalogarse como un pintor superficial o más bien almibarado, este artista se muestra con una gran calidad humana representando personajes del mundo real y que conectan perfectamente con el espectador y lo seducen y lo disuaden, ya sean los coetáneos que mal viven o con clientela exigente del otro lado del Océano.

La obra de Murillo apela a los sentimientos, no a la inteligencia. Es un pintor al que no se le define, sino que se le siente y por este motivo es el pintor del pueblo, en este caso de la ciudad de Sevilla. Se convierte así en el pintor del afecto de Sevilla, orgullo e ideal de Sevilla al igual que Rubens fue en Amberes.

Este año celebramos el cuarto centenario de Bartolomé Esteban Murillo, con numerosas exposiciones donde se expondrán más de seiscientas obras procedentes de Francia, Reino Unido, Portugal, Austria, Estados Unidos, y Alemana entre otros.

EVENTOS EN SEVILLA POR EL AÑO MURILLO

Las exposiciones que se pueden visitar son la del Espacio de Santa Clara  con el título de “Murillo y su estela en Sevilla” a partir del 5 de diciembre.

También esta la exposición que se podrá ver en el Museo de Bellas Artes llamada “Murillo y los Capuchinos de Sevilla”, en la que se recree el gran retablo que pintó para el Convento de los Capuchinos de Sevilla. Esta exposición se muestra en la Sala de Exposiciones temporales, con diversos dibujos relacionados con el convento de los Capuchinos y que reflehab el proceso creativo del genial pintor. También se muestra la ultima obra restaurada, un lienzo del Arcángel San Miguel que una vez perdida en el siglo XIX hasta que el museo Kunsthistorisches en Viena la adquiere. Este redescubrimiento ha permitido conocer la obra completa de la serie de los Capuchinos.

Igualmente, habrá una muestra en la Catedral para exponer la relación de Murillo con la Iglesia a través de obras pertenecientes al Arzobispado.

 

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